miércoles, 14 de diciembre de 2016

Jergón volador

Este artefacto diabólico utilizó por primera vez en 1953 dos reactores para investigar el despegue y aterrizaje verticales. Lo de diabólico no es poético, se hicieron dos y el segundo se estrelló matando a su piloto. Pero los británicos aprendieron para desarrollos sucesivos, que en definitiva llevarían al Harrier.

La plataforma en el Museo de la Ciencia, Londres, 2016. Fíjense en los 3 agujeros de escape, el central corresponde al motor que está más cerca. Los dos laterales, al motor del otro lado. Las 4 patas estaban amortiguadas, pero las ruedas eran locas.

Rolls-Royce puso dos de sus entonces probados reactores centrífugos Nene (es el nombre de un río) en un bastidor metálico que llamó Thrust Measuring Rig (Plataforma de medición de empuje), aunque todo el mundo la conocía como jergón volador.

Un motor Nene fabricado en Francia por Hispano Suiza en el Chateau de Savigny-les-Beaune, 2014. Era un desarrollo del Derwent que equipó al Meteor. En su día, los 2.200 kg de empuje lo hacían el reactor más potente. La plataforma llevaba dos motores de este tipo, con sus características cámaras de combustión rodeando la turbina y el compresor centrífugo.

El diseño era ingenioso: los motores no estaban dispuestos verticalmente (parecería lo lógico) sino horizontales y opuestos. Los gases de la tobera giraban 90º hacia abajo por conductos que desembocaban en la parte media de la plataforma, uno directo por el centro y el otro bifurcado a ambos lados del anterior. Esto era para evitar asimetrías por pérdida de potencia o parada de uno de los motores.

De empuje no iba sobrada, pero el ruido debía ser tremendo.

Para dirigir el monstruo, hasta un 10% de aire a presión procedente de los compresores centrífugos se canalizaba por 4 tubos que daban control en cada lado. El piloto se sentaba encima de todo aquello: el bastidor con los 2 motores a reacción, sus depósitos de combustible y todo el lío de tuberías.

Otro Nene mostrando los complicados reguladores mecánicos delante de las tomas de aire protegidas por malla metálica (para impedir la entrada de cuerpos extraños). Luchon, Francia, 2012.

Para poder despegar verticalmente, a pura fuerza bruta, el empuje de los dos motores tenía que ser superior al peso. Lo era, pero por poco. Además los turboreactores de aquella época tenían una respuesta muy lenta al acelerador. Con lo que el manejo era crítico, aunque mejoraba a medida que se gastaba el combustible (sólo tenía para unos 15 minutos). Véanlo en acción. Qué miedo.

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