Cuando apareció en 1916 el Bristol M.1
Monoplane Scout era de largo el
mejor avión de caza que había. Estilizado, maniobrable y muy rápido: más de 200 km/h, frente a
los 140 km/h del Fokker Eindecker. No se entiende muy bien por qué se hicieron
sólo unos pocos. Los historiadores citan como razones su "elevada" velocidad de aterrizaje (unos 80 km/h,
como la de una Cessna 152) y del "paquete" que se les tenía a los monoplanos frente a los biplanos. Aún
así, era tan obvia la ventaja que debía haber algo más...
Comparen su aspecto con el de otros
aviones de la Gran Guerra: es mucho más aerodinámico por ser un monoplano,
y detalles como el enorme cono de la hélice. Me gustan las elegantes alas con
el borde de ataque curvado. Réplica en el Museo de la Royal Air Force, Londres,
1993.
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El Reino Unido pagó una deuda de
guerra a Chile con 6 de estos
aviones en 1917. En uno de ellos, Dagoberto
Godoy fue la primera persona que cruzó
los Andes en 1918, por la parte más alta, de Santiago a Mendoza. Debió
de ser la leche. Ahí están el cerro Aconcagua (6.959 m) y el Tepungato (6.570).
Godoy se perdió, aterrizó como pudo en un campo y rompió el avión. Volvió en
tren y fue recibido como un héroe.
Pero mucho más divertida e
impresionante es la hazaña de Armando
Cortínez, que en 1919 repitió el vuelo, pero esta vez sin permiso... el tipo cruzó los Andes, con un par, encontró
Mendoza y aterrizó sin problemas. Llamó orgullosísimo, y le dijeron que
volviera volando o le echaban. Cosa
que hizo: el primer vuelo de ida y vuelta.
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