En plena guerra fría, las cosas se estaban poniendo feas para la Royal Air Force británica a finales de los 50. Además de perder los restos de su antiguo imperio a toda velocidad, la amenaza soviética a los aviones occidentales crecía con la introducción de nuevos misiles aire-aire. La solución era crear aviones capaces de volar a baja cota y a toda velocidad.
El British Aircraft Corporation TSR-2 se creó específicamente para eso: el ataque nuclear supersónico volando lo más cerca del terreno posible. No hubo TSR-1: la denominación significa Tactical Strike and Reconaissance, Mach 2. Lo de "strike" (golpear) era el eufemismo oficial de la época para tirar pepinos atómicos, y además también iba a servir para reconocimiento. Como máquina de guerra no goza de mis simpatías. Pero tiene una historia muy interesante, y es motivo aún hoy de encendidas disputas.
Las especificaciones que pedía el Gobierno británico eran prácticamente incumplibles, incluso por aviones posteriores muy mejorados. Pero en 1959 dieron el OK y se lo encargaron al equipo formado por Vickers y English Electric (posteriormente British Aircraft Corporation al añadir a las dos anteriores Bristol y Hunting). De hecho, la idea era reemplazar al Canberra con algo más moderno, rápido y letal.
El avión tenía un aspecto ultramoderno con su ala delta con puntas hacia abajo.
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Los militares británicos querían un avión que en una misión tipo llevara una bomba (atómica) de casi una tonelada en su bodega interna, despegando en 600 m, con un radio de acción de 1.900 km, volando una parte del viaje muy alto y a mach 1.7, otra a mach 0,92, y sobre todo entrar hacia el objetivo y salir (unos 400 km) a mach 0,95 y volando a 50-100 m de altura sobre el terreno (¡!). Otro tipo de vuelos previstos incluían hacer toda la misión a esa altura (¡!), aunque con menos alcance.
El avión resultó ser la leche. Llevaba una aviónica de navegación y de seguimiento del terreno sofisticadísima para la época. Sus dos tremendos turboreactores Olympus con postcombustión le daban una velocidad máxima de mach 2,35 en altura y mach 1,1 a nivel del mar. El primer TSR-2 fue capaz de superar mach 1 sin postcombustión. Entre sus muchas curiosidades, no tenía alerones: el alabeo se conseguía moviendo diferencialmente los planos de cola. Y tenía flaps soplados para poder usar pistas cortas (más sencillo que las alas de geometría variable de su sucesor previsto - el F-111 - y de su muy posterior sucesor real - el Tornado).
Sólo llegó a volar el primero de los aviones de desarrollo, XR219, en 1964. (no hubo prototipos como tales). Se hicieron 24 vuelos de prueba en los que se llegó a volar a esas espectaculares velocidades a baja altura... el avión claramente tenía potencial, incluso aunque no cumpliera todos los objetivos previstos. Pero entre que el programa cada vez costaba más y el lío político de la época el nuevo gobierno laborista se lo pulió nada más llegar al poder en 1965.
Arriba, uno de los dos turboreactores Bristol Siddeley Olympus que llevaba el avión, daba casi 10.000 kg de empuje sin postcombustión. Abajo, la unidad de postcombustión, situada detrás y más larga que el propio motor, aumentaba el empuje a casi 14.000 kg. En total, más de 27.000 kilos de empuje (¡!), bastante más que por ejemplo un F-15.
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Aunque han pasado más de 50 años, esto sigue causando bronca. Hay gente que sigue manteniendo que la industria británica creó un avión absolutamente sobresaliente, tecnológicamente superior a cualquier otro, y fácilmente 15 años por delante de la competencia. La cancelación del proyecto fue para ellos un acto irresponsable, dejando al país sin industria militar aeronáutica de primera línea y forzándolo a depender de los yanquis.
Pero puede que en realidad no fuera así. En la industria británica había demasiadas compañías, el país ya no era la superpotencia de antaño, el desarrollo estuvo plagado de problemas, los costes eran enormes y en definitiva cancelarlo no parece que fuera una mala idea. Y la industria aeronáutica británica siguió adelante realizando muchos proyectos interesantes... como por ejemplo el Concorde, que heredó sus motores Olympus.
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