Como ya les he contado, los yanquis estaban experimentando en los años 60 con fuselajes sustentadores, una idea muy interesante que les permitía que una nave espacial entrara en la atmósfera y aterrizara en un aeropuerto cualquiera. Esto era mucho mejor que "caer" donde fuera, y no llevar alas permitía que pudieran aguantar más facilmente las temperaturas extremas que se producían al rozar con el aire.
El M2-F3 colgado en el Museo del Aire y del Espacio de Washington. Vean la forma panzuda del fuselaje que lograba sustentar y el gran elevón debajo y detrás que mandaba el cabeceo. USA, 2015.
De esta idea surgieron unos chismes que todavía impresionan hoy. Pensar que algo que no tiene alas pueda volar es un poco contradictorio, especialmente para un piloto de velero. Pero el caso es que empezando con el NASA M2-F1 de 1963 (M por tripulado - "manned" y F por volante - "flight") aquellas cosas... volaban. Tras demostrar que podía hacerlo (nada menos que 77 vuelos, y encima utilizando dineros de mantenimiento y sin programa oficial), la NASA se dirigió a una empresa comme il faut para construir algo un poco más radical.
El resultado fueron dos ¿aviones? hechos por Northrop que volaron en 1966. Uno se denominó HL-10 ("HL" por horizontal flight, vuelo horizontal, y el décimo diseño de este tipo) y el otro el M2-F2 (siguiendo la lógica del de antes). La cosa había llegado a otro nivel. Eran metálicos, mucho más pesados y estaban diseñados para el vuelo propulsado con cohetes. Pero para empezar, los soltaban desde un enorme bombardero B-52 y volvían a tierra sin motor para aterrizar... como podían.
Por increíble que pueda parecer, este chisme volaba. Hasta 1.700 km/h y más de 20.000 metros de altura. Y podía volver para aterrizar, más o menos, como un avión.
Bruce Peterson se dio una hostia monumental en el último vuelo del M2-F2 y todavía dio gracias de vivir para contarlo. Y los de Northrop fueron capaces de recuperar, reparar y modificar aquella cosa para hacer el M2-F3 de 1970, una versión mejorada, que pasó de los vuelos sin motor a los propulsados, alcanzando velocidades y alturas enormes. Todo ello llevó a los definitivos X-24 y a muchas ideas que desembocarían en el programa espacial Space Shuttle.
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