El primer misil con capacidad nuclear que se pudo lanzar desde un submarino de la marina yanqui (en 1953) fue el Chance-Vought Regulus (llamado así por una estrella de la constelación de Orion). Estaban pensados para responder a un eventual ataque nuclear soviético a principios de los 60, en plena Guerra Fría. El blanco en esa época hubiera sido la base militar de Petropavlosk en la península de Kamchatka, en el Pacífico Norte. Y menos mal que no se utilizaron (la crisis de los misiles fue en 1962).
El USS Growler quedó para la posteridad como barco museo y se puede visitar en Nueva York. Delante del puente se ve un misil Regulus en su lanzador, y más adelante los dos hangares estancos, uno de los cuales tiene la puerta abierta. Estados Unidos, 1996. |
Regulus todavía tenía casi todo de avión (los cohetes puros estaban por venir), y de hecho se daba un aire con el Republic F-84 de alas en flecha, pero sin cabina. En general era muy similar al Matador del ejército (después de la Fuerza Aérea): eran esencialmente aviones subsónicos sin piloto, tenían el mismo turboreactor Allison J33 (todavía centrífugo y derivado de los diseños de Frank Whittle), el mismo pepino atómico (de uranio-plutonio), y un alcance parecido (en el mejor de los casos, menos de 1.000 kilómetros). De hecho, descendían también del mismo invento alemán: la bomba volante V-1 de la Segunda Guerra Mundial. Pero aunque el Departamento de Defensa americano intentó unificar, la marina lo vio como un amenaza a su papel defensivo (¡!), decidió que el suyo era mejor y siguió adelante con su desarrollo.
Aunque también se desplegaron desde portaviones y cruceros, les interesaba fundamentalmente que lo lanzaran los submarinos, por aquello de pasar desapercibidos. Inicialmente usaron dos submarinos reconvertidos de la Segunda Guerra Mundial (Tunny y Barbero), pero luego se construyeron barcos específicos, dos diesel (Grayback y Growler) y uno que llegó a reconvertirse a propulsión nuclear (Halibut).
Una vez en vuelo el turboreactor Allison J33 de 2.000 kilos de empuje propulsaba el bastante pesado chisme de más de 6 toneladas a unos 960 km/h. |
Lanzar aquellos chismes era un auténtico follón y su eficacia dudosa. Los submarinos tenían que salir a superficie, sacar un Regulus de su hangar estanco, prepararlo y lanzarlo (con el tiempo que hiciera, claro). El guiado se hacía por radio, y por tanto decía muy a las claras dónde estaba el origen, con lo que el submarino podía ser atacado. Aunque se podía "pasar" a un segundo y hasta un tercer "guiador", barco o avión. La señal de radio era fácil de interferir y el misil en sí relativamente fácil de interceptar.
El curioso aparato estaba hecho de acero y aluminio, pero el recubrimiento del ala llamado Metalite era de magnesio sobre madera de balsa (¡!). La cabeza nuclear estaba inmediatamente detrás de la toma de aire del morro. Museo del Aire y del Espacio, Washington, 2015. |
Aunque se pensó y construyó un sucesor supersónico (Regulus II), la marina estaba desarrollando a principios de los 60 un sistema mucho más mortífero: los submarinos nucleares con misiles Polaris, que se podían lanzar sumergidos, llevaban las mucho más letales bombas de hidrógeno, eran mucho más rápidos y tenían un alcance mucho mayor (hasta 4.600 km). Esto sí que aseguraba la destrucción y nos llevó a una nueva era absurda, de la que no hemos salido.
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