jueves, 15 de agosto de 2024

Delfín (2)


Qué se siente al volar un reactor

En 2001 fui a Rusia, uno de los viajes más curiosos de mi vida. Entre las muchas experiencias vividas, volé en un Aero L-29 Delfín que había pertenecido a las Fuerzas Aéreas Soviéticas (y todavía llevaba sus estrellas rojas). Ya han pasado 23 años de esto, y ahora no es posible hacerlo, una pena. Les pongo a continuación el relato que escribí entonces, íntegro y sin modificar, salvo por quitar la parte de la descripción e historia del avión, que ya les he contado en la primera entrada.

El L-29 que volé y detrás un L-39 Albatros. Elegí el antiguo y menos rápido. Porque era más barato. Pero no me arrepiento. Todos las fotos en el aeródromo de Miachkovo, Moscú, Rusia, 2001.

Salimos del techo de nubes (a 600 metros del suelo) en un picado a 45º invertido y a 450 km/h. Tras hacer medio tonel el piloto ruso tiró de la palanca y comenzó el segundo looping del ocho cubano. A pesar de todo mi esfuerzo tensando los músculos de las piernas y abdomen, la visión negra volvió a aparecer cuando sobrepasamos las 5G. Tras rozar ligeramente el techo de nubes en invertido, nuevo picado a 45º, medio tonel y por fin recoger para salir de la maniobra a 600 km/h a menos de 100 metros del suelo...

Estas sensaciones no son las que vivimos habitualmente los modestos pilotos deportivos, son más propias de los militares o de gente con realmente mucho dinero. Sin embargo, es posible volar un entrenador a reacción L29 Delfín por 600 dólares la hora con un experimentado piloto ruso en las afueras de Moscú.

Aprovechando un viaje a Moscú por turismo, fue imposible vencer la tentación de volar en reactor. Andrea había reservado vuelo un domingo con una organización llamada Aeroclub AKM del aeródromo de Miachkovo, sito a 25 km al SE de Moscú. Nos encaminamos al aeródromo gracias a los esfuerzos de Paulina, que habla ruso y conduce un UAZ (todo terreno ruso). A pesar del conocimiento del idioma y tener un mapa, nos perdimos varias veces hasta dar con el lugar. El aeródromo impresiona por tener docenas de aparatos militares abandonados, fundamentalmente transportes Ilyushin Il-76 y Antonov An-12. Antes exclusivamente militar, actualmente es la sede de varias organizaciones que con material ex-militar ofrecen experiencia de vuelo en aparatos que hace sólo unos años no hubiéramos soñado con volar.

Previo al vuelo en reactor, salí a volar con una avioneta Yak 18T. Se trata de un aparato de ala baja, tren retráctil, 5 plazas, y el tremendo motor radial Ichvenko M14 de 360 CV que propulsa todos los aviones acrobáticos rusos que empiezan a ser tan conocidos en occidente: Los Yak 50/52/55 y los Sukhoi 26/29/31. La avioneta tiene un aspecto enteramente convencional, un regusto a avión de los años 40 y es también completamente acrobática... algo prácticamente desconocido en occidente en este tipo de aviones. Con el piloto ruso –que afortunadamente hablaba inglés- en el puesto de comandante, yo a su derecha, y Andrea, Elena y Paulina en el asiento trasero, el avión estaba al completo de carga. El motor radial se puso en marcha con una nube de humo blanco y un rugido grave, tras lo cual nos dirigimos a la pista.

El avión estaba aparentemente muy usado y probablemente baqueteado por generaciones de instructores y pilotos. No tengo ni idea de qué año fue fabricado y cuántas horas tenía. El L-29 en general se considera un chisme fiable y seguro.

La potencia y tracción de un motor radial de 360 CV es espectacular, nada que ver con los motores de avioneta occidentales. Metiendo todo el paso y todos los gases el avión se fue al aire en un momento... y enseguida hubo que reducir potencia, porque Miachkovo está en la vecindad de una gran base aérea y del aeropuerto internacional Domedovo, por lo que tiene restringidos los movimientos a menos de 200 m de altura, salvo un polígono de pruebas reservado para hacer acrobacia. Así que hicimos un tour por la vecindad del aeródromo, viendo enormes industrias oxidadas con todo el aspecto de estar abandonadas, algunas típicas iglesias ortodoxas con sus cúpulas de colores y forma de cebolla, y en la lejanía la gran masa de Moscú. Impresiona bastante ir a 250 km/h a tan baja altura.

El piloto ruso rápidamente me dejó los mandos y se contentó con ir señalándome por dónde ir y qué ver. Por encima del río Moscova, cogió los mandos, le dio una pasada a una barcaza que navegaba por allí, me miró y me preguntó: Roll? (Es decir: ¿hago un tonel?). Le dije que bueno, pensando que iba a tomar altura, pero allí mismo con 100 m y 5 personas a bordo hicimos un tonel sin despeinarnos... De vuelta al aeródromo y tras unas cuantas tomas y despegues me juzgó lo suficientemente preparado como para volar en el L-29, que dejaría la experiencia anterior como una anécdota sin importancia.

Para la ocasión volé en la cabina de atrás, que es muy amplia y cómoda. Al parecer Bassily, el piloto al mando que voló delante, ex-fuerzas aéreas soviéticas, fué campeón de acrobacia dos años consecutivos en este aparato. Me puse un paracaídas, nada de traje anti-G, y me explicaron el funcionamiento del asiento lanzable (con explosivos) y la instrumentación. Tiene una palanca de mando enorme y un mando de gases también considerable, los instrumentos convencionales y luego un montón de sistemas repartidos por la cabina que no me explicaron. El chisme impresiona... y sin embargo es relativamente fácil de arrancar y como se vio luego de volar.

Foto de rigor antes de prepararme.

Los instumentos primarios del motor son la temperatura de escape y la potencia medida en porcentaje de la máxima continua. Tras arrancar el ruido en cabina es muy reducido y no hay vibración. Nos pusimos en marcha hacia la pista, y el bajísimo techo de nubes no me hacía nada feliz, pensando que no íbamos a poder probar el avión como correspondía. Nada más lejos de la realidad.

Una vez alineados vino la primera sorpresa: el piloto aceleró hasta el 105% y realmente no pasó gran cosa... el avión se empieza a mover y la aceleración es más bien escasa. Pero también es constante, así que al final de la pista conseguimos despegar pero pareció que se iba al aire de milagro, levantando primero el morro, luego la rueda principal derecha, volviendo a tocar otra vez... y finalmente al aire. Una vez en el aire las cosas cambian y se empieza a notar “energía”: pasando por los 100 m retrajo el tren (tres luces rojas) y el avión aceleró rápidamente hasta casi 400 km/h, momento en que el piloto decidió hacer un bonito tonel de cuatro tiempos... todo esto a menos de 200 m de altura.

Los siguientes 15 minutos fueron inolvidables y duros: el techo de 600-700 m no pareció ser obstáculo para hacer una tabla de acrobacia que a decir verdad no dejaba mucha altura de seguridad al salir de las maniobras cerca del suelo. Las “G” dentro de un reactor son distintas a las que se sufren dentro de un avión acrobático de hélice, porque duran mucho... En la sucesión de loopings, ochos, caídas de ala, virajes a la vertical y demás maniobras que siguieron, se puso a dura prueba mi falta de entrenamiento para estos menesteres, aunque desde luego el avión lo llevaba con precisión de relojero. El suelo estaba muy cerca para mi gusto, pero eso no parecía ser un inconveniente para el piloto ruso. Después mis colegas me contaron que la tabla fue realmente impresionante y que se pudo ver perfectamente como el avión evolucionaba al sur del aeródromo entre el suelo y las nubes.

Me hubiera gustado más ir delante, pero también tiene su atractivo volar en el sitio del instructor y detrás es mucho más fácil juzgar la actitud del avión. 

El momento más esperado vino cuando Bassily me dijo por el intercom “you fly” y se puso ostensiblemente las manos encima del casco. Siguiendo sus instrucciones en mal inglés comencé por realizar unos cuantos virajes. El avión se lleva como la seda y con un toquecito de palanca se inclina a 70º sin prácticamente utilizar timón; luego se tira de palanca y el horizonte se mueve mientras las “G” se te van apilando en la espalda... Trepadas y descensos con todo el motor y pasadas a 600 km/h a menos de 100 m de altura mientras disfrutaba como un cosaco. A continuación me sugirió hacer un looping, cosa que hice sin gran esfuerzo (y más “G”), también un tonel, y finalmente medio tonel y medio looping saliendo como una bala de cañón a 100 m de altura y a más de 600 km/h... comprendo que haya gente que pierda la cabeza por esto.

Para terminar, abandonamos el polígono de pruebas, dimos una pasada por encima de la pista en oblicuo y alcanzamos el viento en cola mientras la velocidad iba disminuyendo. Bassily hablaba en ruso por la radio y vi una avioneta que estaba por delante de nosotros en el tramo base. Sin tener aparentemente ningún problema, adelantamos a la avioneta (Una Cessna 152, ¿qué haría en Rusia?) por debajo y cerquísima en el viraje de base a final... a estas alturas ya todo me parecía normal. Al cortar motor pensé “no llegamos ni por casualidad”, pero no sólo llegamos a cabecera sino que apareció el problema opuesto: “rayos, nos vamos a pasar”. El jet aterrizó sin problemas y carreteamos de nuevo a plataforma tras media hora de intensas emociones.

Tras tanta adrenalina, pasamos a tomar un té con los rusos, y cómo no, me ofrecieron un certificado del pedazo de vuelo que acababa de disfrutar (¿sufrir?). Esto puso la nota de humor: el certificado asegura que el piloto, tras pasar un exhaustivo reconocimiento médico y encontrarle apto para el vuelo, y seguir una detallada explicación de los procedimientos operacionales, voló como copiloto en la aeronave L-29. Y firman la médica, el piloto y el jefe de la organización.

Preparado y listo. No tengo más fotos ni tampoco hice en vuelo: ¡iba a volar al mando en un reactor ruso!

En agosto de 2024 este recuerdo me resulta inolvidable.

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