El Nakajima Kikka (muy poético: flor de azahar) fue el primer cazabombardero a reacción japonés, que llegó a volar dos veces antes del fin de la Segunda Guerra Mundial en 1945 (el 7 y 11 de agosto, 1 y 2 días después de que las dos bombas atómicas cayeran sobre Japón). El avión en sí era una castaña: un derivado simplificado y más pequeño del Messerschmitt 262 alemán, con dos motores malísimos. Pero la historia de cómo lograron hacerlo y ponerlo en vuelo es impresionante.
El único Kikka que queda puede que fuera una célula de pruebas, no pensada para volar. En el enorme taller de restauración del Centro Udvar-Hazy. Washington, Estados Unidos, 2015. |
La cosa empezó porque el agregado para asuntos aeronáuticos japonés vio en Alemania varios vuelos de prueba del Me 262 en 1942, e informó a su gobierno del potencial que tenía. Japón mandó el submarino I-29 a finales de 1943 (cargado con goma, tungsteno, estaño, zinc, quinina, opio y café) que se paseó por el Pacífico, Índico y Atlántico hasta llegar finalmente a Lorient, en la Francia ocupada, en marzo de 1944.
De vuelta, el submarino llevaba entre otras cosas un turboreactor Jumo 004, algunas piezas y planos detallados del Me - 262. Además, en él viajaba el comandante Eiichi, que había visto la planta de fabricación del avión alemán, había tomado notas y llevaba algunos planos generales. El submarino increíblemente fue capaz de hacer el viaje de vuelta rodeando África y llegar a Singapur, donde llegó en julio de 1944.
Allí el comandante desembarcó y siguió viaje a Japón en avión, con sus papeles y recuerdos. Mientras tanto, el I-29 siguió ruta por mar, pero se le acabó la suerte: una fuerza de submarinos yanquis lo hundió en las Filipinas.
Piénsenlo: en sólo un año y con solo las notas y planos generales del caza alemán, los japoneses fueron capaces de construir el avión y sus motores, y poner en vuelo su primer reactor. Me parece una proeza. Inútil, pero lo fue.
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