Aunque mucho menos famoso que la vuelta
al mundo de 1924, el vuelo que hicieron en 1926-27 cinco aviones anfibios Loening
OA-1A fue también una hazaña.
Prácticamente pasó desapercibido,
porque apenas 3 semanas después de terminarlo Lindbergh cruzó el atlántico en solitario, y ya no se habló de otra
cosa.
El Loening Anfibio tiene una aspecto raro: no es un hidrocanoa, es un
hidro de un solo flotador, lo que heredaron los Grumman Duck. Uno de los
pilotos, Ira
C. Eaker, llegó a ser general de todas las fuerzas aéreas yanquis en la Segunda Guerra
Mundial.
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Pero menudo
vuelo. Salieron desde San Antonio en Tejas, bajaron por el golfo de
Méjico, pasaron a la costa del Pacífico, siguieron por Centroamérica hacia el
Canal de Panamá, y entraron en Colombia. Volvieron de nuevo a la costa del
Pacífico, bajando por Ecuador, Perú, Bolivia y Chile. Desde Valdivia cruzaron
los Andes hasta Buenos Aires. Aquí
se perdieron dos aviones y dos pilotos en un accidente. Pero los 3 restantes
siguieron. Hicieron un desvío para visitar Uruguay y Paraguay. Retrocedieron,
ganaron la costa del Atlántico, subieron por la costa hasta el arco de las
Antillas, y finalmente siguieron la costa atlántica yanqui hasta Washington. La leche: merece la pena leerlo en un National
Geographic. Nada menos que más de 35.000 km en 59 días de vuelo. Y 74 más
de recepciones, comidas y cenas en las 25 capitales que visitaron.
La idea era mostrar la amistad yanqui a los países de
Latinoamérica, de paso intentar
promocionar sus aviones, y seguro que mostrar poderío militar y tecnológico. Con una cuidadosa planificación se establecieron áreas de aterrizaje y se
enviaron repuestos, gasolina y aceite. Pero no barcos y personal como en la
vuelta al mundo: las tripulaciones (piloto y copiloto) tenían que hacer el mantenimiento mecánico de sus aviones,
lo que unido al extenso programa social y diplomático hizo que el viaje fuera agotador.
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