Hay varias maneras de llegar a
volar en tu propio avión. Puedes comprarlo.
Puedes construirlo a partir de un kit. Puedes construirlo a partir de unos planos.
Y puedes escoger la vía más complicada de todas: diseñarlo y construirlo tú. Esto me siempre me ha impresionado
mucho, es la vía de los pioneros
y la que escogió G.
Trabajando en la rueda de cola junto al fuselaje con los planos de cola
montados. Valladolid, 1991.
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Dejando aparte la complicación y
el tiempo que cuesta esta última opción, hay que estar muy seguro de uno mismo, tanto en la parte del diseño como en la de
construcción, para finalmente salir a volar. Y eso aunque hayas fusilado en mayor o menor grado otro
modelo. Una cosa es montar un kit que ha diseñado y probado otro, otra es tener
unos planos y unas especificaciones a las que te puedes ceñir, y otra muy
diferente es empezar de cero.
S mostrando un aeromodelo frente al fuselaje del avión de G. Vean la
estructura de tubo de acero con el fuselaje en fibra de vidrio. Valladolid,
1988.
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G ideó un biplaza de ala baja y
tren clásico. No me acuerdo en qué avión se inspiró. El fuselaje estaba hecho
en fibra de vidrio, con una estructura de tubo de acero soldado en la parte
anterior para reforzar la parte de cabina, motor y anclaje de las alas. Las
alas las iba a hacer a partir de unos moldes, con recubrimiento de fibra de
vidrio. La idea era utilizar un motor Volkswagen y matricularlo como experimental.
El avión fue progresando muy lentamente, y cuando perdí el contacto, no había avanzado mucho más. Me
parece que nunca llegó a terminar el avión.
El molde negativo de las alas, que en sí debió costar un buen número de horas.
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Lo cual lleva a una pregunta clásica,
¿merece la pena construir tu propio avión?
Los moldes de los planos horizontales de cola, que a diferencia de las
alas se hacían en espuma plástica en positivo (se recubrían directamente en fibra).
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