martes, 7 de mayo de 2024

Sikorsky S-35 y S-37

Un hotelero de Nueva York llamado Raymond Orteig ofreció en 1919 la impresionante cantidad de 25.000 dolores para aquellos aviadores aliados (no recientes enemigos, claro), que volaran de Nueva York a París (o al revés). Eso era unos 450.000 dolores actuales, y tuvo una influencia considerable en la aviación. Charles Lindbergh finalmente lo conseguiría en uno de los vuelos más famosos de la historia, en 1927.

 

Este sello de Camboya de 1994 muestra el aspecto del Sikorsky S-35 en vuelo. Hay que fijarse para ver el tercer motor en el fuselaje anterior, apenas esbozado y sin hélice. 


Lo de cruzar el Atlántico era genuinamente difícil para la tecnología de la época. Alcock y Brown lo consiguieron al poco tiempo, pero en una ruta mucho más corta. Sin embargo, en los años 20 las cosas fueron progresando y un famosísimo as francés de la Prinmera Guerra Mundial, René Fonck, convenció al pionero ruso afincado en los States Igor Sikorsky para que le hiciera un avión a medida para ganar el premio. Sikorsky modificó en 1926 su bimotor de transporte S-35 para que llevara 3 motores radiales Gnome Rhone Jupiter de 425 HP. Era supuestamente el caballo ganador.

 

Pero no. Será porque Fonck insistió en llevar un sofá y una nevera en el compartimento de pasajeros, o porque el avión llevaba casi un par de toneladas de exceso de peso en gasolina. El caso es que se estrellaron miserablemente al despegar matando al mecánico y al radio (los dos pilotos se salvaron).

 

Mucha fe debía tener Sikorsky en Fonck porque en cuestión de meses construyó un derivado bimotor para volver a intentarlo, el Sikorsky S-37. Para cuando estuvo listo Lindbergh ya había volado el charco. Así que el avión se reconvirtió en transporte de pasajeros y nada más se construyeron dos. 

 

El desarrollo Sikorsky S-37 era bimotor y conservaba las alas sesquiplanas tan favorecidas por los franceses en esa época (la superior más larga y con más cuerda, la inferior más pequeña y estrecha). Lindbergh ganó el premio y Fonck sobreviviría a la siguiente guerra mundial.


El premio costaría una fortuna en inversiones fallidas, varios accidentes y varios muertos. Pero en cuestión de pocos años cruzar el Atlántico se convirtió primero en una hazaña, pero realizable, y después en algo rutinario. Hoy se puede hacer en unas 8 horas por menos de 300 pavos. Los taxis son claramente más caros. Encima es molesto y pesado para los pasajeros. Y no refleja la impresionante tecnología que está detrás, ni el impacto que tiene, ni el verdadero valor que supone. Pero esa es otra discusión.  

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