De 1932 a 1935 la marina
yanqui tuvo en servicio sucesivamente dos
enormes dirigibles rígidos de helio que servían de portaviones volantes. El USS
Akron y el USS Macon tenían en su interior un hangar donde llevaban hasta 5 de estos pequeños cazas biplanos
que les muestro, que podían lanzarse al
aire y recogerse en vuelo.
Vean el gancho que permitía lanzar y recoger el avión en una estructura encima del plano superior. El Curtiss Sparrowhawk (gavilán) era una preciosidad de biplano de
metal y tela con un coeficiente
molón de noventa y muchos. Muy chiquito (apenas 7,7 m de envergadura) y con
un estupendo radial de 9 cilindros y 438 HP. En el Museo Nacional del Aire y
del Espacio, Centro Udvar-Hazy, USA, 2015.
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Esta es una de las ideas más imaginativas de la historia de la
aviación. Y los pocos pilotos que lo vivieron me parece que tuvieron una de las experiencias más asombrosas y
fascinantes que se pueden vivir.
Imagínenselo. Vd. es el teniente Daniel W. Harrigan, y está en la
cabina de mando del dirigible. Le ordenan hacer un vuelo de reconocimiento.
Sube al interior de la gigantesca estructura de 40 m de diámetro, de ahí al
pasillo digamos de babor, y camina 100 m (el dirigible mide 240m) hasta su
alojamiento donde se pone el mono y el paracaídas. Va a continuación al hangar,
donde se sube al Curtiss
F9C Sparrowhawk, que está en una esquina.
Inevitablemente, el emblema de la unidad era de unos trapecistas...
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Los mecánicos maniobran el avión
por los raíles del techo hasta la posición donde lo puede recoger la
grua-trapecio. Le enganchan. Mientras, arranca el motor y va haciendo el
chequeo. Con el motor al ralentí, le bajan por la abertura al aire. Vd. está colgado de la panza del dirigible,
digamos a unos 900 m sobre el mar de California. A la señal de listo, quita el
seguro, palanca atrás, el peso del avión libera
el gancho y cae. Mete motor, palanca alante y el avión comienza a volar.
Cuando ya dominaban la técnica, a los aviones les quitaron el tren de
aterrizaje y les pusieron un depósito carenado en la panza. Conseguían un poco
más de velocidad y más autonomía.
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Terminado el reconocimiento,
vuelve al dirigible, que se aproa al viento y se pone a su velocidad máxima
(unos 128 km/h). Volando desde atrás y abajo, se va acercando al trapecio
lentamente. Falla la primera. Corta gases, vuelve a empezar. Esta vez engancha, el seguro salta y queda
colgado. Ralentí. La grua le sube al hangar, donde para el motor y los
mecánicos maniobran el avión a su sitio.
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